miércoles, 25 de noviembre de 2015

El becario

El becario me da la espalda mientras saca y mete expedientes de gruesas carpetas. Mi mesa está frente al pasillo y puedo observarle discretamente. Veo cómo mueve los brazos abriendo las carpetas, transportándolas a otra estantería, sus músculos se tensan, no veo sus manos desde aquí pero me las figuro grandes, cuando deposita el peso lo hace con cuidado y me hace pensar en un médico.
Luego pasa frente a mi mesa en su camino a la fotocopiadora con unos planos, una carpeta, me saluda y se sonroja, apenas perceptiblemente, es posible que yo también lo haga sin darme cuenta aunque no lo sé, en cualquier caso el calor es poco. Deja de estar en mi campo de visión pero volverá cuando la máquina deje de funcionar y cuando se vaya definitivamente, por hoy, también pasará por mi lado y me dirá adios.
Me gustaría entrar por un momento en su cabeza, pasearme por su cerebro, violar sus pensamientos, poseer sus ojos. ¿Qué verá él, al otro lado de la mesa?
Me figuro que verá una mujer, una persona que es mujer, alguien que a veces le ayuda a encontrar alguno de los expedientes, alguien que a veces no llega a ver. ¿Sabrá cómo me llamo, lo habrá averiguado? ¿Podría decir si tengo el pelo liso o rizado?
Yo no sé cómo se llama. Tampoco sé exactamente qué hace, en qué consiste su trabajo, cuánto tiempo va a estar colaborando con la empresa, si está satisfecho con su colaboración, si tiene amigos o novia. Sólo sé cosas de su cuerpo. Sé que tiene el pelo rubio, liso, domable. Sé que es delgado, pero no demasiado, sus brazos parecen fuertes, debe de practicar algún deporte. Sé que sus ojos son azules y que sus facciones son todavía de niño, aunque si trabaja aquí como becario tendrá al menos veintidós, veintitrés años, habrá finalizado una carrera universitaria. Sé que su gusto para vestir es informal, vaqueros, camisetas, pero con cierta sofisticación. Su ropa es bonita. Ahora recuerdo que una vez le hice algún cumplido por alguna camiseta, lo había olvidado. Se sonrojó. Se sonroja. Como cuando me saluda al pasar. Cuando una vez me pidió que le ayudara a encontrar un expediente y me levanté y le ayudé, me dio las gracias sonrojándose. Es muy educado. Tímido tal vez. Tendrá una novia amable que le hace sonrojarse en la intimidad, a la que él dice palabras cariñosas y abraza lo justo para no hacerle daño, para que se sienta firmemente sujeta por su amor. Por su cuerpo.
Sólo sé de él que es joven. Que tiene que ser todavía tierno. Que me provoca las ganas de corromperle, de ensuciar la ternura de sus infantiles ojos azules. Que quisiera coger las tijeras que tengo a mano y cortar sus vaqueros y su camiseta y lo que pueda haber debajo, aún a riesgo de herir la piel suave, con escaso vello rubio, que quisiera morderle el labio y la mejilla hasta que sangre, sólo un poco, que quisiera hacerle gritar y dejar de ser educado y compasivo, derrumbarle sobre el montón de papeles que trata con tanto cuidado, y encender sobre ellos una hoguera que los destruya, a ellos y a nosotros.
Muerdo el boli y me hago daño en una encía. Intento concentrarme en el informe que estoy redactando. Procuro mirar por la ventana y no al pasillo.
Me comprometo a interesarme por su nombre y porque obtenga buenas referencias.