miércoles, 27 de abril de 2016

Por la noche

Esta noche mi hija me ha llamado desde su cuarto. La he encontrado acurrucada en su cama, rodeada de sus peluches, con ojos abiertos y respiración agitada. Tengo miedo mamá. Me ha dicho. Miedo a qué. Le he preguntado yo. A los monstruos que hay ahí. Señalaba a un lugar indeterminado de su cuarto. Siempre que hace eso, porque no es la primera vez, me giro hacia donde ella señala y veo algo, una sombra, una presencia, el espacio engrosado que asusta a mi hija. Le he acariciado y besado, le he contado que no hay monstruos, que no existen, y en el caso de que alguno exista ella está protegida por mi presencia y la de su padre en el cuarto de al lado, que nuestro perro duerme cerca de la puerta para que nadie pueda entrar. Me ha mirado escuchando mis palabras, fiándose de mi discurso nocturno como de un credo, he sentido la fé de mi hija en sus ojos fijos en mis labios que se movían pronunciando una letanía. Le he dado agua. Le he preguntado si quiere que deje su puerta abierta, sí, me ha dicho.
Entonces he caminado para alejarme de su cama, cruzando el umbral oscuro del recibidor, pasando de largo el espacio engrosado del terror infantil, sin mirar al monstruo, que estaba agazapado en un lugar entre la puerta y el armario, me he vuelto a meter en mi cama, que estaba caliente porque yo duermo acompañada, a salvo, y he vuelto a caer en un sueño tranquilo. 

martes, 26 de abril de 2016

Gatos atropellados

Ya llevo cuatro gatos la última semana. Digo gato aunque es imposible identificar el animal concreto de que se trata. Digo animal por su tamaño. Podría tratarse en realidad de un bebé. Pero se intuye piel cubierta de pelo y cierta consistencia inhumana.
No sé qué animales son. Sólo sé de la sangre, de carne aplastada y apelmazada contra el asfalto. Me sorprende la capacidad del ojo para retener una visión de segundos para luego recordarla vívidamente. Es como si mi cerebro pudiera rebobinar, pasarlo a cámara lenta. Me recreo en ello a la tarde, a la noche, en los momentos de angustia.

Me preocupa la visión de los gatos despanzurrados porque uno ve lo que quiere ver. 

jueves, 14 de abril de 2016

Descanso



Helena removía el café sin parar y tenía un tic, un pestañeo insistente cuando abordaba el meollo de la cuestión. Me hablaba de muchas cosas, íntimas, mientras sentadas al fondo del bar nos tomábamos un descanso. No me creía ni la mitad de las anécdotas que hilaba una tras otra. La mayoría con un matiz violento de alguna u otra manera. Por ejemplo, tenía un vecino que la acosaba. Llamaba a su puerta pidiéndole un huevo o un limón y se hacía el encontradizo en el rellano.

- Puede que sea una coincidencia. – le decía yo.

Tampoco la conocía para tanto. De vuelta en la oficina nunca me hacía demasiado caso. Yo intentaba escabullirme a la hora del descanso, pero me agarraba del brazo con confianza. Necesitaba que me hiciera un favor y no me convenía llevarle la contraria.

Un día me contó que le habían atracado. Parecía que fuese a llorar cuando relataba el episodio. Su rostro se embellecía al temblar y yo la envidié, también por su capacidad para inventarse una vida interesante. No sé por qué no me creía que en realidad sí la tuviera.

Después nos quedamos un momento sin conversación. Alargó una mano y la puso sobre la mía. Me sentí extrañamente incómoda pero por una vez su cercanía me pareció auténtica. Entonces dijo que estaba agobiada porque hacía mucho tiempo que no tenía pareja.

- Y ya sabes cómo se pone una cuando pasa mucho tiempo sola.

No sé, no estoy sola, hubiera querido decir. Pero no era verdad y a mí no me salían las historias tan bien como a Helena.

- Pero me gusta alguien. – me dijo.

¿Quién podía gustarle? En realidad no sabía nada de ella. De pronto me sentí culpable, como si fuera por una falta mía que no nos hubiésemos hecho amigas. Así que le conté que en los baños de ese bar, hace mucho tiempo, me besó una mujer. Entonces era un bar de copas, la barra era más ancha, la zona de paso mucho más estrecha, había luces estridentes y no servían café. Esa mujer era mi amiga. Esperábamos en la fila a que el baño se desocupara, puede que pintándonos los labios, y entonces se acercó a mí y me dio un beso en la boca. Podía haber sido simplemente un beso, pero yo entreabrí los labios y pasó a ser algo más cálido y excitante. Perdí la noción del tiempo durante ese beso. No hubo más, ni esa noche ni nunca después. Tampoco volvimos a hablar de ello. Nuestras vidas cambiaron, perdimos el contacto. ¿Había conocido este bar?. Helena estaba absorta. No sé si me escuchaba.

- A veces pienso en ella. 

No sé por qué se lo conté. No era algo reciente, ni tampoco estaba segura de que hubiera sucedido así. Helena removió lo que quedaba de su café, que estaría ya frío, y pareció dudar si bebérselo o no. 

-¿Vamos? – dijo.

Me sentí un poco ridícula mientras me ponía el abrigo y veía cómo se me adelantaba, su larga melena rizada, sus movimientos femeninos y seguros.

jueves, 7 de abril de 2016

Burdeos

Me desperté y lo primero que vi fue un pájaro en la esquina del edificio. El edificio de enfrente era un cubo de cristal que reflejaba nuestra fachada y el cielo. El pájaro estaba justo en el vértice izquierdo, el más cercano a la luz del amanecer.
Era todo lo que yo podía ver tumbada en la cama. No quería moverme y al parecer el pájaro tampoco. No sé qué clase de pájaro era, no parecía una paloma, ni tampoco una gaviota. ¿Un ave rapaz en medio de la ciudad? Él dormía a mi otro lado. No oía su respiración, pero sentía su presencia, algo que ocupaba la habitación y la enorme cama, yo que estoy muchas veces sola reconozco el cambio en la humedad, en la densidad del aire, que ocurre cuando estás acompañada.
Aún no le conocía tanto como para haber olvidado la sensación de no conocerle. Podía recordar qué era no saber cosas sobre él y solo suponerlas o imaginarlas. Ahora conocía algunos detalles e ignoraba muchos otros. Por ejemplo, si había hecho el amor con muchas mujeres. Y en qué le parecía yo diferente, si lo era, de todas las demás. Era una absurda teoría mía que las mujeres a las que han llegado mis ex amantes después de mí son mujeres perfectamente razonables. Mujeres dulces y generosas, buenas por naturaleza, que les han dado hijos a los que son incapaces de pegar, mujeres equilibradas que no montan números ni rompen puertas. Por qué mis amantes han pasado de mí a esas mujeres nunca lo he entendido, prefiero pensar que se conforman con una mujer más convencional, aunque no estoy segura. Cuando veía a la mujer de mi último amante, con sus dos hijos, en el parque cercano a mi casa, me venían a al cabeza las discusiones, las peleas, el aborto, los portazos y arañazos, los gritos descontrolados, que causaron daños colaterales, daños permanentes.
Con él aún no había pasado nada. Tampoco conocía a sus anteriores amantes. ¿Desde qué tipo de mujer se podía llegar a mí?
Me volví para mirarle. Su cara cerca de la mía, su barba oscura, la piel tersa de su frente convirtiéndose en un cráneo esquilado, como una bola de cristal llena de acontecimientos futuros, felices.
El día anterior, al llegar a la habitación, él me había tumbado sobre la cama y me había desnudado. No le dije nada y le dejé hacer, por miedo a molestarle o a que pensara que no me apetecía, porque sí me apetecía, aunque hubiera preferido deshacer la maleta, curiosear la habitación, antes. Me sigue sorprendiendo la forma súbita que tiene concentrarse en mí. Y aún así no resulta brusco sino todo lo contrario. La primera vez que hicimos el amor fue tan tierno que me emocioné, aunque hacía mucho que estaba sola y pudo ser por eso. No me hizo sentirme ridícula por llorar.
Era profesor. Lo había conocido en un bar donde se reúne la gente para hablar en francés. Por eso habíamos decidido venir aquí. Daba clases en un instituto. Francés, latín. Era más joven que yo, no demasiado pero lo suficiente para que me molestara. Le gustaba leer biografías y ensayos aburridísimos, vestía de manera despreocupada aunque sin llegar a ser desaliñado, fumaba, vivía solo, seguro que a veces no le apetecía ducharse o prepararse una comida saludable. Yo me preguntaba si su timidez de algunos momentos manifestaba cierta vulnerabilidad. Estaba enamorada de él.
Volví a mirar hacia la ventana, deseando que el pájaro no hubiera volado. Ahora se movía, picando algo o simplemente buscando equilibrio.
Él alargó un brazo y lo pasó por mi cintura. Su mano sobre mi cuerpo, una mano morena, una mano de dedos delicados pero fuertes, que aún olerían a mí. No quería que nos despertásemos, quería seguir observando el pájaro, pensando en silencio, sintiendo el lejano murmullo del tráfico ahí abajo, pero él se movía ya, apretándose contra mí, respirando sobre mi nuca.
- Mira, hay un pájaro ahí...
Cuando señalé a la ventana, el pájaro ya no estaba.