jueves, 18 de enero de 2018

Nieve

A pesar de la situación, no pudo evitar sentirse apresada por la belleza del lugar en ese momento. Una gruesa capa de nieve impoluta lo cubría todo, con ese efecto de silencio que produce la nieve. Siempre había creído que la cuestión de la nieve no tenía que ver con su blancura, sino con el silencio.

Iba dejando sus huellas en su caminar a trompicones. Era evidente que nadie sube hasta esta pequeña montaña en días como éste, de noche precoz, muy fríos. Parte de la nieve parecía helada y al meter la pierna, que se hundía casi hasta la rodilla, se podía escuchar un crujido.

Gritaba y no había eco, gritaba el nombre de la perra, silbaba también, pero no podía dejar de pensar, mirando la luna llena que era como una guinda en un pastel, en el chico que le enseñó a silbar así, veinte años antes, y que fue quien también le enseñó a interpretar las fases de la luna.

Le había llamado su marido dos horas antes. Había perdido a la perra. Una perra nerviosa, miedosa, una perra que amaban y que ahora estaba perdida de noche en el bosque.
Esa noche iba a helar. Ya estaba helando y aún no eran las ocho. La ciudad se veía esplendorosa allí abajo, a través de los huecos que dejaban las sombras oscuras de los árboles.

La carretera estaba cubierta de nieve, y apenas se veían rodadas. Subía con cierta dificultad, sin dejar de llamarla. No deberían haberla dejado suelta. No deberían haberse movido del primer lugar donde la habían dejado de ver. No deberían haberse separado. Pero eso ya no servía ahora. Así que se paró un momento y dejó que el silencio y el frío la reconfortaran.

No llegó a pensar que no la iban a encontrar. Intentaba visualizar un bulto de pelo cálido, un aliento contra el hielo, unas patas fuertes, elásticas, capaces de correr a mucha velocidad, de enroscarse sobre su cama, un corazón vital y de alguna forma puro, una pureza salvaje a la que se asomaba cuando le acariciaba el hocico o hundía la nariz en su lomo suave y aromático. Alguien capaz de sobrevivir.

Paró un coche que bajaba muy despacio. Se puso en medio de la carretera para hacerse más visible, agitando los brazos, colocándose en la luz de los focos.

Habéis visto un perro?

Lo tenían ellas, dos chicas que salieron del coche y abrieron el maletero.

Sólo entonces le saltaron unas lágrimas y se liberó del miedo que sin duda había sufrido en algún lugar recóndito de su cuerpo, un miedo inevitable a perder.
No estaba segura de si su perra también lo había sentido. Si como ella había tenido que esforzarse por evitar el asombro de la belleza y la magia del bosque anochecido, silencioso, nevado, las vistas de la ciudad lejana que se observa mejor de lejos. No sabía si ella también había sentido una inquietante llamada íntima, como si fuera más urgente tumbarse y respirar el frío y el olor a musgo y a hielo.


Bajaron unidas por la correa hasta encontrar a los demás que buscaban.