Braceaba
entre las líneas como si nadara
en petróleo. Perdía el hilo a cada momento porque literalmente se
dormía.
También es cierto que el día anterior había bebido. Últimamente bebía todas las tardes, casi toda la tarde, empezaba con el café de después de comer y le daban los gintonics en la terraza. Suponía que en invierno podría volver a las buenas costumbres.
Nerea estaba comiendo fuera, la echó de menos ligeramente. Podría haberle pedido ayuda, antes solía ayudarle con estos encargos de compromiso. Aunque hubiera sido algo cínico pedírselo. Casi inmoral. Por la noche había reservado mesa en un restaurante caro. Hacía unos días olvidó completamente su aniversario. Fue una mala idea casarse en pleno verano. Quién se acuerda de las agendas. Desecha la idea de que ahora bebe demasiado y confunde y olvida las fechas. Prefiere pensar que en invierno todo será distinto.
Cayó en un sueño superficial. Se despertó con una sensación de urgencia difusa hasta que recordó que debía escribir la recomendación. Se le acababa el plazo. Se frotó los ojos, se pellizcó las sienes. No era la primera vez que lo hacía, no entendía por qué ahora le costaba tanto. Acarició las páginas nuevas, sedosas, vírgenes. Empezó entonces a imaginar los frágiles pero eficaces dedos de Sonia agarrando el bolígrafo, inventando la historia. Aunque no había llegado a averiguar si escribía directamente en ordenador, como ahora parecían hacer todos. Recordó su frente blanca salpicada de pecas, los rizos rubios cayendo por los hombros huesudos, casi rudos, sus labios apretados bisbiseando las frases. Frases que eran losas demasiado pesadas cercando un argumento como un desquiciado redil donde balaban ovejas asustadas.
Era un texto horrible, las palabras se estorbaban unas a otras. A pesar del esfuerzo por leerlo no había sentido nada más que un mortal aburrimiento, no había entendido nada.
Pero le había prometido el favor a su editor y en cierta forma se lo debía a ella también. Intentó no predisponerse, dejar la mente en blanco, olvidar las piernas que sostenían las cavidades donde se gestó la novela. Los ojos llorosos de Sonia pidiéndole que se quedase un rato más, sus propios remordimientos cuando volvía a casa después de estar con ella.
Entraría mejor con un mojito, extra de azúcar y de hierbabuena. Al tercero acabó dándose por vencido. La novela no era mala, era peor. Algo que él no recomendaría.
Miró el reloj en su muñeca. Si mandaba la reseña antes de la cena ya no tendría que pensar más en ello. Y con un poco de suerte Nerea estaba a punto de llegar. Empezó:
Una mirada ingeniosa y penetrante en la sociedad actual, llevada a cabo de forma magistral por la consolidada escritora Sonia H...
También es cierto que el día anterior había bebido. Últimamente bebía todas las tardes, casi toda la tarde, empezaba con el café de después de comer y le daban los gintonics en la terraza. Suponía que en invierno podría volver a las buenas costumbres.
Nerea estaba comiendo fuera, la echó de menos ligeramente. Podría haberle pedido ayuda, antes solía ayudarle con estos encargos de compromiso. Aunque hubiera sido algo cínico pedírselo. Casi inmoral. Por la noche había reservado mesa en un restaurante caro. Hacía unos días olvidó completamente su aniversario. Fue una mala idea casarse en pleno verano. Quién se acuerda de las agendas. Desecha la idea de que ahora bebe demasiado y confunde y olvida las fechas. Prefiere pensar que en invierno todo será distinto.
Cayó en un sueño superficial. Se despertó con una sensación de urgencia difusa hasta que recordó que debía escribir la recomendación. Se le acababa el plazo. Se frotó los ojos, se pellizcó las sienes. No era la primera vez que lo hacía, no entendía por qué ahora le costaba tanto. Acarició las páginas nuevas, sedosas, vírgenes. Empezó entonces a imaginar los frágiles pero eficaces dedos de Sonia agarrando el bolígrafo, inventando la historia. Aunque no había llegado a averiguar si escribía directamente en ordenador, como ahora parecían hacer todos. Recordó su frente blanca salpicada de pecas, los rizos rubios cayendo por los hombros huesudos, casi rudos, sus labios apretados bisbiseando las frases. Frases que eran losas demasiado pesadas cercando un argumento como un desquiciado redil donde balaban ovejas asustadas.
Era un texto horrible, las palabras se estorbaban unas a otras. A pesar del esfuerzo por leerlo no había sentido nada más que un mortal aburrimiento, no había entendido nada.
Pero le había prometido el favor a su editor y en cierta forma se lo debía a ella también. Intentó no predisponerse, dejar la mente en blanco, olvidar las piernas que sostenían las cavidades donde se gestó la novela. Los ojos llorosos de Sonia pidiéndole que se quedase un rato más, sus propios remordimientos cuando volvía a casa después de estar con ella.
Entraría mejor con un mojito, extra de azúcar y de hierbabuena. Al tercero acabó dándose por vencido. La novela no era mala, era peor. Algo que él no recomendaría.
Miró el reloj en su muñeca. Si mandaba la reseña antes de la cena ya no tendría que pensar más en ello. Y con un poco de suerte Nerea estaba a punto de llegar. Empezó:
Una mirada ingeniosa y penetrante en la sociedad actual, llevada a cabo de forma magistral por la consolidada escritora Sonia H...