El
becario me da la espalda mientras saca y mete expedientes de gruesas
carpetas. Mi mesa está frente al pasillo y puedo observarle
discretamente. Veo cómo mueve los brazos abriendo las carpetas,
transportándolas a otra estantería, sus músculos se tensan, no veo
sus manos desde aquí pero me las figuro grandes, cuando deposita el
peso lo hace con cuidado y me hace pensar en un médico.
Luego
pasa frente a mi mesa en su camino a la fotocopiadora con unos
planos, una carpeta, me saluda y se sonroja, apenas perceptiblemente,
es posible que yo también lo haga sin darme cuenta aunque no lo sé,
en cualquier caso el calor es poco. Deja de estar en mi campo de
visión pero volverá cuando la máquina deje de funcionar y cuando
se vaya definitivamente, por hoy, también pasará por mi lado y me
dirá adios.
Me
gustaría entrar por un momento en su cabeza, pasearme por su
cerebro, violar sus pensamientos, poseer sus ojos. ¿Qué verá él,
al otro lado de la mesa?
Me
figuro que verá una mujer, una persona que es mujer, alguien que a
veces le ayuda a encontrar alguno de los expedientes, alguien que a
veces no llega a ver. ¿Sabrá cómo me llamo, lo habrá averiguado?
¿Podría decir si tengo el pelo liso o rizado?
Yo
no sé cómo se llama. Tampoco sé exactamente qué hace, en qué
consiste su trabajo, cuánto tiempo va a estar colaborando con la
empresa, si está satisfecho con su colaboración, si tiene amigos o
novia. Sólo sé cosas de su cuerpo. Sé que tiene el pelo rubio,
liso, domable. Sé que es delgado, pero no demasiado, sus brazos
parecen fuertes, debe de practicar algún deporte. Sé que sus ojos
son azules y que sus facciones son todavía de niño, aunque si
trabaja aquí como becario tendrá al menos veintidós, veintitrés
años, habrá finalizado una carrera universitaria. Sé que su gusto
para vestir es informal, vaqueros, camisetas, pero con cierta
sofisticación. Su ropa es bonita. Ahora recuerdo que una vez le hice
algún cumplido por alguna camiseta, lo había olvidado. Se sonrojó.
Se sonroja. Como cuando me saluda al pasar. Cuando una vez me pidió
que le ayudara a encontrar un expediente y me levanté y le ayudé,
me dio las gracias sonrojándose. Es muy educado. Tímido tal vez.
Tendrá una novia amable que le hace sonrojarse en la intimidad, a la
que él dice palabras cariñosas y abraza lo justo para no hacerle
daño, para que se sienta firmemente sujeta por su amor. Por su
cuerpo.
Sólo
sé de él que es joven. Que tiene que ser todavía tierno. Que me
provoca las ganas de corromperle, de ensuciar la ternura de sus
infantiles ojos azules. Que quisiera coger las tijeras que tengo a
mano y cortar sus vaqueros y su camiseta y lo que pueda haber debajo,
aún a riesgo de herir la piel suave, con escaso vello rubio, que
quisiera morderle el labio y la mejilla hasta que sangre, sólo un
poco, que quisiera hacerle gritar y dejar de ser educado y compasivo,
derrumbarle sobre el montón de papeles que trata con tanto cuidado,
y encender sobre ellos una hoguera que los destruya, a ellos y a
nosotros.
Muerdo
el boli y me hago daño en una encía. Intento concentrarme en el
informe que estoy redactando. Procuro mirar por la ventana y no al
pasillo.
Me
comprometo a interesarme por su nombre y porque obtenga buenas
referencias.