Tenía que llegar el momento,
tarde o temprano, en el que tuviera que desprenderme del coche de mi padre.
Le fallan los circuitos de
refrigeración. Hay que cambiar las ruedas. Los frenos tampoco están bien. En la
lista que me presentó mi marido hace unos días había otros problemas que no
pude retener. Pero no sonaban nada bien, en cualquier caso.
Ocupa un espacio extraño el
coche de mi padre, con su matrícula bisbiseante, mudó de hábitat como un pájaro
extraviado en el camino al sur.
Es un coche gris plateado del
año 2000. Ya ha tenido una vida útil. Hace mucho que no recuerdo a mi padre
conduciéndolo, aunque lo condujo durante años y en él me llevó como hija a
muchos lugares, a vacaciones con el resto de la familia, a mí sola a algún sitio
en el que había quedado con el entonces novio u otra cita lejos de nuestra
casa. Cuando le pedía el favor de llevarme él se quejaba, aunque siempre
acababa accediendo.
Pero ya sólo me puedo recordar
a mí conduciéndolo. Rascando la escarcha las madrugadas de hielo. El olor de mi
perro y los orines y vómitos ocasionales de mi hija han quedado impregnados en
su tapicería.
Ya no huele a tabaco. En el cenicero, donde en su día
ardieron las cenizas de sus cigarros, sólo hay facturas de gasolina y tickets de
la zona azul.
Todavía hay arañazos que no sé
dónde se produjeron. Yo he sumado algún otro, aunque no demasiados.
No merece la pena arreglarlo.
Es un coche viejo. Podremos vivir sin él. Nos apañaremos. Tendré que coger más
veces el autobús. O ir andando o en bici. Perderemos alguna comodidad y algo de
tiempo. Pero nos acabaremos acostumbrando.
Cuando conduzco, escuchando la radio CD que añadí una vez
que mi padre enfermó y el coche pasó a mis manos, acaricio el cuero del
volante, que ya tiene mis huellas sobrepuestas a las suyas, tal y como en mi
cuerpo sigue él existiendo, su adeene enhebrado en mis células. Lo acaricio y
creía que no me iba a dar pena llevarlo al desguace. Lo llevará mi marido, yo
no me ocupo de esas cosas.
Luego lo desmontarán, lo achatarrarán,
desaparecerá y todos tendremos que seguir nuestra vida en su ausencia.