Mi
segundo perro es adoptado. Con el primero, llamémosle C, la cosa fue
más sencilla. Fui a la finca del criador, pagué y me lo llevé a
casa.
Ahora
me han hecho un test. No me preocupaba. C tiene diez años. Soy una
persona equilibrada. C es equilibrado. ¿Qué podían preguntarme?
Soy una curtida dueña de perro.
Entonces
llegó la pregunta. ¿Cómo piensa socializar a su nuevo perro?
Me
quedé en blanco. Me quedé asustada, me quedé sin respuesta.
¿Es
necesario preguntar eso? ¿Es necesario que yo me lo haya preguntado?
Evidentemente
no lo había hecho.
El
mismo concepto de socializar me choca.
En
la disyuntiva de mentir. De fingir. O ser sincera. Me jugaba a C.
(vamos a llamarlo D para no confundirlo con C). Me jugaba a D.
-
Le llevaré al pipican. Dejaré que establezca su propia relación
con C. Dejaré que huela culos. Los que quiera. Con respeto.
Odio
los pipican. Son lugares
cerrados, son lugares artificiales. Puede que necesarios. Pero no
para mí. No son los perros. Son los dueños los que me parecen
odiosos. Sus preguntas. Sus ganas de hacer migas. Es como si el perro
fuera solo una excusa. Como si lo importante fuera socializar
nosotros.
Me
di cuenta de que mi perro está muy mal socializado. Gruñía a los
otros perros y me cansé de dar excusas, así que evitaba el pipicán cuando había gente dentro. Luego C. empezó a ver cada vez peor.
Así que nos centramos en nuestros solitarios paseos.
Un
día una amiga me dijo. No entiendo la vida de tu perro. Qué sentido
tiene. Se pasa el día durmiendo en el sofá. No me sentó mal.
Encuentro que es una pregunta muy pertinente. Me hizo reflexionar, no
sólo sobre C sino sobre mí. Ambos seguimos una vida muy rutinaria.
Ambos tenemos obligaciones inexcusables. Puede que tenga razón mi
amiga y nuestra vida no tenga sentido.
Mi
perro se tumba en el sofá.
-
C, ¿eres feliz? Me miraba con sus ojos bizcos, lechosos por la edad,
torciendo la cabeza en un gesto muy suyo.
Me
consideraron una adoptante apta. Siento como si hubiera robado a D.
Porque no sé cómo voy a socializarlo. Porque no me lo planteo,
porque pienso que no es necesario planteárselo.
Se
lo pregunté a mi hija única. A ella tampoco he debido de
socializarla bien. Me ha salido rara. Así que es posible que todo
sea culpa mía. Pero mi hija también ladeó la cabeza y me dijo, un
poco para salir del paso creo yo, ¡Eres la mejor madre del mundo!
Por
ahora, me basta.