domingo, 15 de junio de 2014

Hombre en la playa primera parte


Pienso en la masajista, que me ha dejado en la estacada, ¿qué otra cosa podía esperar, si sólo soy un paciente más para ella? Y este maldito dolor de hombro no se me ha pasado en todo el fin de semana. Coge el coche, vente hasta aquí, sin contar con montarlo todo para volver a desmontarlo mañana. Pienso todo esto en la playa, fumándome un cigarro, los pies en las chanclas helados, coño qué frío hace, me he acercado tanto a la orilla que me los he mojado. Y esta chaqueta no es mía, es de ella, debo de haberla confundido, saliendo a oscuras del bungalow. Espero no haberla despertado. Que no note mi momentánea ausencia. Me voy a sentar. Me siento. La arena compacta y húmeda no es un buen asiento para mis ideas nocturnas, que vagan de un brillo a otro, confundidas por la resaca del vino de burdeos, debo de ser el único colgado que busca aire esta noche, esta noche oscura sin luna ni viento. Aspiro el humo. Lo suelto. Lo imagino subiendo hacia el cielo opaco que no tiene fin sobre mí. El mar da miedo, es negro y cruje, se espasma. El mar es uno y es mil, como yo, que puedo ser tantos esta noche, potencial encerrado en la carcasa de una única posibilidad. Pero, ¿qué podría ser? Déjalo. Todo resulta tan inútil. Todo está tantas veces contado, hasta la náusea, me da asco el sabor del cigarro y estoy a punto de vomitar. Lo apago y lo meto en el bolsillo, y esta aprensión medioambiental me traerá un enfado de ella cuando lo encuentre. Tanto abrochar y desabrochar. Espera, para de escribir, para de leer. ¿Qué buscaba yo aquí? Si en realidad estoy en mi balcón y el calor explota los ladrillos de mi casa, los expansiona como hace con mi cerebro, que presiona mis huesos craneales y por eso estoy aquí, tomando el aire. Me niego a caer en la trampa del mar negro y crujiente, del marido borracho que pasa la resaca en la playa un anochecer. Puag. Nadie pasa por la calle, pero en la ventana de enfrente una mujer ha salido también a buscar el improbable frescor de esta madrugada. A esta distancia no la puedo ver bien, no puedo distinguir si va vestida así que me la imagino desnuda, me imagino a una luna que ilumina sus pezones erizados, unos pechos rozando la baranda de la terraza, y debajo me la imagino sin bragas, con las piernas cruzadas una sobre otra, los pies pequeños tarareando un ritmo, el pelo corto y revuelto. No me sorprende mi lasitud, si es que hace mucho calor. Ahora podría inventar cualquier cosa, podría pensar que ella es mi amante, que me espera o que ya hemos estado juntos y se ha asomado a comprobar que he llegado a casa. Puedo imaginarme que sé cómo es su cuerpo por debajo de la barandilla, las pequeñas venas de detrás de sus rodillas, los hoyuelos en la carne de su culo, gime suave pero también puede arañar. La mujer se retira de la ventana como cubierta de vergüenza. Yo debería imitarla e intentar plasmar todo esto, o al menos intentar dormir, pero no puedo, ahora sí que noto una leve erección, y no creo que pueda volver a enfrentarme al mar negro y crujiente, al hombre sentado en la playa probablemente en algún ecuador de su vida, o trópico de cáncer o de capricornio, quién sabe, y cómo lo voy a descubrir yo. Me quedaré aquí en el balcón atisbando el incipiente despertar del día.




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jueves, 5 de junio de 2014

Beso


A veces pienso
que me conformaría con un beso.

Ese beso, sería así:
Primero, un primer plano de su cara y sus ojos achinándose en ella.
Entonces, sus labios. Templados, de goma flexible y muy suave, como un terciopelo húmedo y caliente.
Es posible que al principio se produzca un movimiento de acoplamiento hasta fijar una postura cómoda; un movimiento delicado, sutilmente orquestado como si realmente hubiera un director blandiendo su batuta.
La saliva es aún una fina película, un papel de regalo para nuestro beso.
Su lengua entra en escena, cálida; un calambre en la mía (he perdido la toma de tierra, warning, peligro de electrocución).
Pero ya es tarde.
Ha penetrado en mi cuerpo, ocupando un lugar en él, su lengua está dentro, no fuera, dentro, ha tomado posesión de mí.
Mi lengua comienza, tímida, pero se va envalentonando, se va volviendo audaz.
Y llega el momento en que nuestras lenguas se enroscan, gruesas y morosas, colmando nuestras bocas.
La cueva que han formado al acoplarse es una bóveda de rosa oscura. Y es un escenario donde discurre la acción.
Esta es la parte central del beso.
La saliva comienza a fluir de su boca a la mía.
La trago, la mastico, hago acopio del sabor, lo imprimo en una célula que viaja a mi hipotálamo, mientras otra célula se desliza, eléctrica, a través del tubo de mi garganta para llegar a las profundidades de los labios gemelos, que primero vibrarán en latidos temblorosos y luego recibirán una ola de placer que funde la voz con su eco (una tormenta sin truenos, sólo relámpagos).
Mientras nuestros labios se acarician también nuestros cuerpos buscan un contacto que tiende a expandirse, aunque no seré consciente de si su mano está en mi culo o en mi pelo, o en ambos, ni si las mías están posadas en algún sitio, supongo que sí y que él también lo ignora.
La banda sonora del beso es como la lenta y flamígera entrada de un bajo y una guitarra eléctrica, un compás rítmico, que se balancea (es posible que algo tirando a rock, ¿Radiohead?).
Nada pasa además de ese beso, porque es el beso el que importa, el que está sucediendo, ahora y durante unos momentos que vienen a durar lo que dura un sueño o un mundo. Y aunque ese beso tiende al infinito (como nuestras lenguas que representan ese símbolo matemático), tras un fundido en luz se desprenden los húmedos, extasiados, agotados órganos, nos vamos poco a poco, casi sin querer o sin darnos cuenta separando, y la sensación es la de volver a ver un ojo, cerca, mirándome y mirándole yo.

A veces pienso en la era post-beso. Si los labios gemelos me gritarán enfurecidos y envidiosos exigiendo atraparle, ser violentados y allanados como una puerta derribada, pidiendo su porción de ocupación por él.
O si ese beso ya fijado en el hipotálamo no fletará barquitos o submarinos para invadir otros lugares más difíciles de conquistar.
Pero entonces, qué alivio es que no haya pasado nada, que todo esté tan en el aire como la fragancia de una estación inminente, que pueda moldear todo como plastilina tibia en mis manos (multicolor o en ocasiones del color pastoso de una mezcla), después de verle y saludarle, buenos días, hasta luego (por lo bajo escapándoseme casi pero no nunca la próxima vez cuando te acerques no me digas hola, dame un beso más o menos de verdad, más o menos así....)





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