Pienso en la masajista, que
me ha dejado en la estacada, ¿qué otra cosa podía esperar, si sólo
soy un paciente más para ella? Y este maldito dolor de hombro no se
me ha pasado en todo el fin de semana. Coge el coche, vente hasta
aquí, sin contar con montarlo todo para volver a desmontarlo mañana. Pienso todo esto en la playa, fumándome un cigarro, los pies en las
chanclas helados, coño qué frío hace, me he acercado tanto a la orilla
que me los he mojado. Y esta chaqueta no es mía, es de ella, debo de
haberla confundido, saliendo a oscuras del bungalow. Espero no haberla despertado. Que no note mi momentánea ausencia. Me voy a
sentar. Me siento. La arena compacta y húmeda no es un buen asiento
para mis ideas nocturnas, que vagan de un brillo a otro, confundidas
por la resaca del vino de burdeos, debo de ser el único colgado que busca aire esta noche, esta noche oscura sin luna ni
viento. Aspiro el humo. Lo suelto. Lo imagino subiendo hacia el cielo
opaco que no tiene fin sobre mí. El mar da miedo, es negro y cruje,
se espasma. El mar es uno y es mil, como yo, que puedo ser tantos
esta noche, potencial encerrado en la carcasa de una única
posibilidad. Pero, ¿qué podría ser? Déjalo. Todo resulta tan inútil. Todo está tantas veces contado, hasta la náusea, me da
asco el sabor del cigarro y estoy a punto de vomitar. Lo apago y lo
meto en el bolsillo, y esta aprensión medioambiental me traerá un
enfado de ella cuando lo encuentre. Tanto abrochar y desabrochar.
Espera, para de escribir, para de leer. ¿Qué buscaba yo aquí? Si
en realidad estoy en mi balcón y el calor explota los ladrillos de
mi casa, los expansiona como hace con mi cerebro, que presiona mis
huesos craneales y por eso estoy aquí, tomando el aire. Me niego a
caer en la trampa del mar negro y crujiente, del marido borracho que
pasa la resaca en la playa un anochecer. Puag. Nadie pasa por la
calle, pero en la ventana de enfrente una mujer ha salido también a
buscar el improbable frescor de esta madrugada. A esta distancia no
la puedo ver bien, no puedo distinguir si va vestida así que me la
imagino desnuda, me imagino a una luna que ilumina sus pezones
erizados, unos pechos rozando la baranda de la terraza, y
debajo me la imagino sin bragas, con las piernas cruzadas una sobre
otra, los pies pequeños tarareando un ritmo, el pelo corto y
revuelto. No me sorprende mi lasitud, si es que hace mucho calor.
Ahora podría inventar cualquier cosa, podría pensar que ella es mi
amante, que me espera o que ya hemos estado juntos y se ha asomado a
comprobar que he llegado a casa. Puedo imaginarme que sé cómo es su cuerpo
por debajo de la barandilla, las pequeñas venas de detrás de sus
rodillas, los hoyuelos en la carne de su culo, gime suave pero también puede arañar. La mujer se retira de la ventana como cubierta de
vergüenza. Yo debería imitarla e intentar plasmar todo esto, o al
menos intentar dormir, pero no puedo, ahora sí que noto una leve
erección, y no creo que pueda volver a enfrentarme al mar negro y
crujiente, al hombre sentado en la playa probablemente en algún
ecuador de su vida, o trópico de cáncer o de capricornio, quién sabe,
y cómo lo voy a descubrir yo. Me quedaré aquí en el balcón
atisbando el incipiente despertar del día.
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