A veces pienso
que me conformaría con un
beso.
Ese beso, sería así:
Primero, un primer plano de
su cara y sus ojos achinándose en ella.
Entonces, sus
labios. Templados, de goma flexible y muy suave, como un terciopelo
húmedo y caliente.
Es posible que al principio
se produzca un movimiento de acoplamiento hasta fijar una postura
cómoda; un movimiento delicado, sutilmente orquestado como si
realmente hubiera un director blandiendo su batuta.
La saliva es aún una fina
película, un papel de regalo para nuestro beso.
Su lengua entra en escena,
cálida; un calambre en la mía (he perdido la toma de tierra,
warning, peligro de electrocución).
Pero ya es tarde.
Ha penetrado en mi cuerpo,
ocupando un lugar en él, su lengua está dentro, no fuera, dentro,
ha tomado posesión de mí.
Mi lengua comienza, tímida,
pero se va envalentonando, se va volviendo audaz.
Y llega el momento en que
nuestras lenguas se enroscan, gruesas y morosas, colmando nuestras
bocas.
La cueva que han formado al
acoplarse es una bóveda de rosa oscura. Y es un escenario donde
discurre la acción.
Esta es la parte central del
beso.
La saliva comienza a fluir
de su boca a la mía.
La trago, la mastico, hago
acopio del sabor, lo imprimo en una célula que viaja a mi
hipotálamo, mientras otra célula se desliza, eléctrica, a través
del tubo de mi garganta para llegar a las profundidades de los labios
gemelos, que primero vibrarán en latidos temblorosos y luego
recibirán una ola de placer que funde la voz con su eco (una
tormenta sin truenos, sólo relámpagos).
Mientras nuestros labios se
acarician también nuestros cuerpos buscan un contacto que tiende a
expandirse, aunque no seré consciente de si su mano está en mi culo
o en mi pelo, o en ambos, ni si las mías están posadas en algún
sitio, supongo que sí y que él también lo ignora.
La banda sonora del beso es
como la lenta y flamígera entrada de un bajo y una guitarra
eléctrica, un compás rítmico, que se balancea (es posible que algo
tirando a rock, ¿Radiohead?).
Nada pasa además de ese
beso, porque es el beso el que importa, el que está sucediendo,
ahora y durante unos momentos que vienen a durar lo que dura un sueño
o un mundo. Y aunque ese beso tiende al infinito (como nuestras
lenguas que representan ese símbolo matemático), tras un fundido en
luz se desprenden los húmedos, extasiados, agotados órganos, nos
vamos poco a poco, casi sin querer o sin darnos cuenta separando, y
la sensación es la de volver a ver un ojo, cerca, mirándome y
mirándole yo.
A veces pienso en la era
post-beso. Si los labios gemelos me gritarán enfurecidos y
envidiosos exigiendo atraparle, ser violentados y allanados como una
puerta derribada, pidiendo su porción de ocupación por él.
O si ese beso ya fijado en
el hipotálamo no fletará barquitos o submarinos para invadir otros
lugares más difíciles de conquistar.
Pero entonces, qué alivio
es que no haya pasado nada, que todo esté tan en el aire como la
fragancia de una estación inminente, que pueda moldear todo como
plastilina tibia en mis manos (multicolor o en ocasiones del color
pastoso de una mezcla), después de verle y saludarle, buenos
días, hasta luego (por lo bajo
escapándoseme casi pero no nunca la próxima vez cuando te
acerques no me digas hola, dame un beso más o menos de verdad, más
o menos así....)
photo credit: <a
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