lunes, 19 de marzo de 2018

Nubes


Cuelgan a veces como trapos, otras como cadáveres de animales pudriéndose al sol.
Se extienden como densas mantas o como sábanas impolutas de tan lavadas, finas y transparentes, ves a través.
Son un amago de algo.
Un trampantojo.
Un engaño.
Fe.
Algo que existe y no existe a la vez, que no es lo que parece y parece lo que no es
Son alveolos
tumores
los pelos despeinados del interior del estómago. Algo orgánico que se expande, circunda, aprieta, me va digiriendo macerando en su interior circular, yo como un átomo, un alimento, un parásito, muy pequeña diminuta dentro de su infinitud.
Los hombres prehistoricos, instintivos, debieron de asustarse al verlas emulando remotos planetas o señales de fuegos que nunca llegan o naves nodrizas.
Sólo dibujadas en el cielo.
Porque explotan en gris contra el sol diluyéndose en cosas, al amanecer, al atardecer, impulsándome a llorar, a gritar
ocultando la luna y las estrellas por la noche,
negro sobre negro.
Sangre que se va expandiendo en virtud de la capilaridad
Si las borro con mis manos se disuelven como un efervescente para el catarro.
Esconden secretos
en su levedad ocultan ciudades enteras
señalan designios
te engañan te atrapan
voluptuosas
instantáneas como una sopa de gotas.
Gota a gota se funden y yo como ellas
tormentosa y violenta y suave y deshilachada
me tropiezo en los truenos que se rasgan en la luz de los rayos,
las fotografío, las busco
amuletos mapas.
Mojándome escondiéndome
Desapareciendo
Dejándome cubrir.

viernes, 9 de marzo de 2018

Agua



El misterio rebelde del agua.
La toco pero no puedo atraparla
se escurre
y al introducirme en ella me acaricia
y se evade
siguiendo principios antiguos de cuerpos sumergidos,
me envuelve recordándome que soy ella en gran parte.

De ola o mar o torrente o gota
De ríos que no sé si vienen o van si llegan o me llevan
que son destinos o fronteras
que no siempre puedo cruzar.

Las masas incógnitas que esconden secretos en sus entrañas fluidas
atrapando la luz en su tapa
y creando colores que aún no existen
Dejando anidar en su interior la vida invisible del plancton
Donde habitan las medusas la basura y los galeones hundidos
Donde se hinchan los cadáveres de los ahogados para después flotar
emulando a los insectos que saben caminar sobre ella.

Algo increiblemente vivo
que puede ser paz o amenaza
como un doble filo
viva
misteriosamente igual
y siempre distinta.

jueves, 1 de marzo de 2018

El ratón soñado


Hoy he soñado con un ratón. Un ratón pequeño, gris, con una cola de rosa aterciopelado.
Me he despertado en medio de la noche, sudando. Parecía la primera parte de un sueño, aunque luego me he vuelto a dormir, después de pensar un poco, y he soñado algo completamente diferente.
Mientras he estado despierta en mitad de la noche he estado pensando en el sueño para reforzar las sensaciones que me ha producido y así recordarlo a la mañana siguiente. Muchas veces tengo sueños que me gustaría recordar, que me provocan sensaciones vívidas, pero luego a la mañana se han esfumado. Conforman un mundo paralelo al que no siempre tengo acceso.
Aunque tampoco quería pensar con demasiada fuerza y acabar insomne el resto de la noche.
¿Qué recuerdo, hoy?
Mi ratón tenía su guarida en un jarrón de cristal, donde se acurrucaba para dormir. También paseaba por la casa y se quedaba quieto, echándose la siesta o descansando un rato, sobre las toallas, en la cama revuelta, dentro de una zapatilla. Yo lo buscaba, angustiada, temiendo que fuera aplastado sin querer, y su diminuto cadáver fuera barrido desapercibidamente.
Hasta mi hija, cuyos pies son pequeños y recién formados, con dedos tan pequeños que la uña no se puede distinguir, podría aplastarle.
Mi perro olisqueaba en los rincones y el ratón se metía en su jarrón.
Mientras espero el autobús observo el perfil de la gran ciudad en la que vivo. Supongo que aquí no hay ratones suaves y diminutos que se esconden en calcetines, sino ratas de ojos desorbitados alimentadas de basuras y desperdicios tóxicos, mordedoras de cables, provocadoras de incendios y enfermedades venéreas. Asustan a los niños y paseantes de callejones sin salida y traseras de restaurantes de comida rápida y contenedores. Chillan a través de las paredes, atrapadas en su submundo, chapoteando en charcos de suciedad como cerdos en miniatura.
Mi ratón no se deja acariciar en su incongruente existencia. No llego a recordar más de él. Aunque no descarto que vuelva a aparecer en algún recoveco de un sueño futuro.