Hoy he soñado con un ratón. Un
ratón pequeño, gris, con una cola de rosa aterciopelado.
Me he despertado en medio de la
noche, sudando. Parecía la primera parte de un sueño, aunque luego me he vuelto
a dormir, después de pensar un poco, y he soñado algo completamente diferente.
Mientras he estado despierta en
mitad de la noche he estado pensando en el sueño para reforzar las sensaciones
que me ha producido y así recordarlo a la mañana siguiente. Muchas veces tengo
sueños que me gustaría recordar, que me provocan sensaciones vívidas, pero
luego a la mañana se han esfumado. Conforman un mundo paralelo al que no
siempre tengo acceso.
Aunque tampoco quería pensar
con demasiada fuerza y acabar insomne el resto de la noche.
¿Qué recuerdo, hoy?
Mi ratón tenía su guarida en un jarrón de cristal, donde
se acurrucaba para dormir. También paseaba por la casa y se quedaba quieto,
echándose la siesta o descansando un rato, sobre las toallas, en la cama
revuelta, dentro de una zapatilla. Yo lo buscaba, angustiada, temiendo que
fuera aplastado sin querer, y su diminuto cadáver fuera barrido
desapercibidamente.
Hasta mi hija, cuyos pies son
pequeños y recién formados, con dedos tan pequeños que la uña no se puede
distinguir, podría aplastarle.
Mi perro olisqueaba en los
rincones y el ratón se metía en su jarrón.
Mientras espero el autobús
observo el perfil de la gran ciudad en la que vivo. Supongo que aquí no hay
ratones suaves y diminutos que se esconden en calcetines, sino ratas de ojos
desorbitados alimentadas de basuras y desperdicios tóxicos, mordedoras de
cables, provocadoras de incendios y enfermedades venéreas. Asustan a los niños
y paseantes de callejones sin salida y traseras de restaurantes de comida
rápida y contenedores. Chillan a través de las paredes, atrapadas en su
submundo, chapoteando en charcos de suciedad como cerdos en miniatura.
Mi ratón no se deja acariciar
en su incongruente existencia. No llego a recordar más de él. Aunque no
descarto que vuelva a aparecer en algún recoveco de un sueño futuro.
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