El médico me observó aunque
no estoy segura de si llegó a verme a mí. Mientras, mi hija estaba sentada en
una mesa baja, al fondo de la consulta, jugando con la enfermera. El médico me
observaba y yo pensaba, también. En lo que me había dicho. En mi hija. En mí.
Hacía ya tiempo que era difícil convencerme de las cosas.
Desde que mi hija tenía
pocos meses sabía que no era como los demás niños. En realidad fue una
intuición previa. Mi hija nació una noche de luna llena, en el solsticio de
invierno, durante unas horas nocturnas en que apareció como una flor oscura
arrancada de mis entrañas. A veces llego a creer que lo primero fue eso, antes
que nada.
Cuando salimos del médico llovía.
Llegué a casa completamente empapada después de dejar a mi hija en el colegio.
Los dos perros se me abalanzaron y les puse las correas.
Ya había escampado. Nos
encontramos a la garza en medio del parque. No era la primera vez que me la
encontraba ahí, suponiendo que fuera la misma. Y que fuera una garza.
¿Era una garza o se trataba de
otro pájaro urbano? No hay estanques por aquí cerca. Tal vez se había perdido
en su camino hacia el sur. O hacia el norte. No sabía yo mucho sobre migraciones de
pájaros, debería leer con más atención a Hebe Uhart. Parecía observar o vigilar
algo.
Los perros ladraron y no
tardó en echar a volar. Pero aún se mantuvo unos segundos erguida, con las alas
desplegadas.
Me gustaba encontrarla allí,
aunque no entendiera su presencia, como si fuese una señal mágica y protectora.
Era sin duda una garza.
Gris, blanca y negra, de pose majestuosa.
Al observar como desaparecía
en el cielo intenté recordar las últimas palabras del médico. ¿Qué dijo,
exactamente? ¿Merecía la pena recordarlo? ¿Qué sabía él, si nos acababa de
conocer? A veces soy terriblemente consciente de que algo falla en las cosas, pero
también de que el mundo está equivocado sobre el lugar en que está ese error.
Los perros corrían
manchándose del barro que luego mancharía el suelo de mi piso.
Hacía frío a pesar de ser
mediados de abril.
De una forma misteriosa, la
garza se volvió, dando un giro en su vuelo hacia alguna parte, y pasó justo por
encima de mi cabeza. Vi por debajo su cuerpo elástico, sus plumas húmedas, y su
pico que se movía diciendo algo. ¿Podía ser cierto? Sí, lo era, sin duda.
Estaba ocurriendo delante de mis propios ojos.
Y yo, en ese momento,
entendí.
Me recuerda a los cuentos japoneses
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