martes, 22 de mayo de 2018

La garza


El médico me observó aunque no estoy segura de si llegó a verme a mí. Mientras, mi hija estaba sentada en una mesa baja, al fondo de la consulta, jugando con la enfermera. El médico me observaba y yo pensaba, también. En lo que me había dicho. En mi hija. En mí. Hacía ya tiempo que era difícil convencerme de las cosas.
Desde que mi hija tenía pocos meses sabía que no era como los demás niños. En realidad fue una intuición previa. Mi hija nació una noche de luna llena, en el solsticio de invierno, durante unas horas nocturnas en que apareció como una flor oscura arrancada de mis entrañas. A veces llego a creer que lo primero fue eso, antes que nada.
Cuando salimos del médico llovía. Llegué a casa completamente empapada después de dejar a mi hija en el colegio. Los dos perros se me abalanzaron y les puse las correas.  
Ya había escampado. Nos encontramos a la garza en medio del parque. No era la primera vez que me la encontraba ahí, suponiendo que fuera la misma. Y que fuera una garza.
¿Era una garza o se trataba de otro pájaro urbano? No hay estanques por aquí cerca. Tal vez se había perdido en su camino hacia el sur. O hacia el norte. No sabía yo mucho sobre migraciones de pájaros, debería leer con más atención a Hebe Uhart. Parecía observar o vigilar algo.
Los perros ladraron y no tardó en echar a volar. Pero aún se mantuvo unos segundos erguida, con las alas desplegadas.
Me gustaba encontrarla allí, aunque no entendiera su presencia, como si fuese una señal mágica y protectora.
Era sin duda una garza. Gris, blanca y negra, de pose majestuosa.
Al observar como desaparecía en el cielo intenté recordar las últimas palabras del médico. ¿Qué dijo, exactamente? ¿Merecía la pena recordarlo? ¿Qué sabía él, si nos acababa de conocer? A veces soy terriblemente consciente de que algo falla en las cosas, pero también de que el mundo está equivocado sobre el lugar en que está ese error.
Los perros corrían manchándose del barro que luego mancharía el suelo de mi piso.
Hacía frío a pesar de ser mediados de abril.
De una forma misteriosa, la garza se volvió, dando un giro en su vuelo hacia alguna parte, y pasó justo por encima de mi cabeza. Vi por debajo su cuerpo elástico, sus plumas húmedas, y su pico que se movía diciendo algo. ¿Podía ser cierto? Sí, lo era, sin duda. Estaba ocurriendo delante de mis propios ojos.
Y yo, en ese momento, entendí.

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