martes, 9 de febrero de 2021

MI CALCETÍN DE OCHOS

 



Desde hace unos años me he aficionado a tejer. No sé realmente por qué se me ocurrió, de repente, rozando los cuarenta, que iba a ser una actividad entretenida. Alguna de mis abuelas tejía, puede que incluso las dos. Recuerdo agujas de tejer, recuerdo habérmelas metido debajo del brazo, puede que también recuerde una cesta de labores con ovillos y esas agujas alargadas clavadas en ellos, y también recuerdo a mis tías, o mis abuelas, previniéndome de que tuviera cuidado con las puntas. Recuerdo que cuando me escayolaron la pierna un verano, mi tía Jose me advirtió de lo peligroso que podía ser meter la aguja en el espacio entre la escayola y la piel para rascarme, porque podía hacerme una herida, y si se infectaba, podría morir. Mi madre también me advertía de que no jugase con sus ganchillos, que podían clavarse en los ojos. Porque mi madre no tejía, ella hacía ganchillo. De hecho, hace poco me regaló sus ganchillos antiguos, los guardo en mi propia caja de labores y los utilizo para recuperar mis puntos perdidos. Son de metal, alguno está un poco oxidado y tienen la numeración en inglés.

Yo tejo con agujas circulares porque son otros tiempos. Siempre lo son, a pesar de que, de una forma u otra, también sea lo mismo.

Ahora estoy tejiendo calcetines. Empecé los primeros hace tres años, pero ni siquiera los terminé. De hecho los deshice y he reutilizado su lana para hacerme un jersey este invierno.  Al principio no me gustó tejer calcetines. Me resultó difícil y cometía muchos errores, así que me desmotivé, pero hace unos meses volví a intentarlo. Tejí unos calcetines para mi hija. Un patrón con ochos. Como si no tuviera bastante con dominar los puntos en espera del talón y la magic loop. Todo fue muy bien hasta más o menos la mitad. Cuando casi estaba llegando a la solapa del talón, cometí un error. Miré el ocho con terror. No parecía un ocho. Había puntos del revés donde debiera haber del derecho y, además, faltaba un trocito de uno de los lazos. Cierto que era un trocito muy pequeño. Tan pequeño que, pensé, qué importancia podía tener. Lo miré y lo remiré. Guardé el calcetín a medio tejer y volví a sacarlo para mirarlo de nuevo. No es tan pequeño para que no se note. Es seguro que, si no lo deshago y vuelvo a tejerlo, no va a quedar perfecto. Aunque también puede pasar que, al deshacerlo, no sea capaz de rehacerlo con exactitud y quede la lana retorcida, imperfecta.

Volví a guardarlo de nuevo en la caja de labores.

Tras unos días pensando en ello, he decidido dejarlo así. Tampoco se nota tanto. Puede que la gente que lo observe de cerca, esa gente que es muy perfeccionista, incluso arrogantemente exigente, se dé cuenta y lo mire por encima del hombro de su propia perfección. Pero eso no me tiene que intimidar. El otro calcetín no tendrá ese error, así que de alguna manera se compensarán, y, además, podré distinguir el derecho del izquierdo. O simplemente no importa en absoluto que no esté perfecto. Es un calcetín hecho a mano, por mí misma, es mi calcetín.

No hay comentarios:

Publicar un comentario