Anoto en un cuaderno que me acabo de comprar (bueno aún
no me lo he comprado pero como si) todo lo que me acabas de decir,
voy a escribir un cuento, ya mismo, porque me lo has inspirado.
Por ejemplo, el de un hombre que cada vez que hace el
amor con una mujer le pormenoriza las partes de la sesión que más
le han gustado y las que menos, luego se echa una siesta (la bendita
mejor siesta del mundo, las demás no merecen la pena y no son sino
mera imitación de la única-que-merece-la-pena) y al despertar le
relata las variaciones que, después del descanso, siente
respecto a lo anteriormente manifestado. Daré detalles morbosos y no
morbosos, para todo tipo de públicos.
En ese cuaderno voy a anotar también frases de libros,
frases que me gustan, para no olvidarlas y perderlas en la inmensidad
demasiado extensa de las bibliotecas, para no arrancarlas de los
libros que me prestan ni subrayarlas ni poner una equis (en lápiz o
incluso en boli) como hacen muchos usuarios para los que tengo
horribles pensamientos cuando me las topo mancillando mis historias
(porque en ese momento son mías y están escritas sólo para mí).
También apuntaré horarios y citas estúpidas para
médicos y la lista de la compra (hojas arrancadas posteriormente o
no. Incluso a trozos).
Mi letra (en ese cuaderno y siempre que escribo) se la
robé a una amiga, hace poco me encontré con la original en una
carta suya dentro de una caja (todo de papel) y busqué para
confirmarlo la dedicatoria de un poemario bilingüe de Yeats (un
recuerdo para ti, querida A., llevo tu letra como un estandarte,
aunque cada vez haya menos testigos, como ese cuaderno que aún no me
he comprado pero que casi agoto ya sus hojas).
Es posible que en mi cuaderno retome un juego que de
niña jugaba, que consistía en sentarme en el suelo frente a la
televisión y escribir palabras sueltas que iba oyendo,
aleatoriamente, sin prestar demasiada atención (las mejores eran las
de películas del oeste), para más tarde leerlas y disfrutar de la
extrañeza que me producía su desconexión con la realidad, la
imposibilidad de determinar una lógica original y la infinita
posibilidad de recomponer con ellas dos, tres y hasta cinco historias
diferentes.
También pintaré las letras (en plastidecores) para que
mi hija me las lea (y los números, no soy racista).
Y frases que no sabré a qué vienen.
Caso, Lisboa, devoción, años, sombrero, verdad, parte,
muchacho, nueve, nada, leve, chica, semana-que-viene, Europa, jueves,
MacCarthy, alba (o Alba), treintaycincomilnovecientos, entrega,
aprendido, fantasmas, llegar, equipo, take me down to the Paradise
City
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