La desidia de
marido me obliga a desayunar oliendo la cena del día anterior, los
boles de ensalada desprendiendo vapores avinagrados, intensos y ya
caducos que se mezclan con el aroma del café recién hecho.
Esa
acidez irrumpe en mis sueños.
Hoy
soñé
con un hombre, alguien a quien despierto conozco levemente y apenas me interesa, pero en mi subconsciente apretaba mis muslos, me
sentaba en sus piernas.
Yo
perderé más que tú, le he dicho entonces
a alguien, en
mi sueño.
No recuerdo si a mi marido, a una
amiga
entrañable o
al
hombre que me apretaba fuertemente sobre él.
Sólo
era consciente de su edad. Rondaba
los cuarenta.
Ya
lo estoy perdiendo. El
hilo del sueño. Lo demás.
Conservo
una melena tupida y aún
oscura
a
primera vista.
Me
arranco las canas.
Voy
apartando mechones que coloco
uno
sobre otro en una maraña de pelo moreno. Disfruto
del dolor mínimo como una puñalada que me vivifica. Supongo que
quedan esparcidas por el suelo. No las barro.
Pero
se siguen
agazapando
y me acechan en los espejos.
¿Por
qué no friegas, cariño, por qué no enjuagas los platos y los metes
en el lavavajillas? Está
bien
empezar el día con la encimera limpia, con un
picante
olor a jabón, incluso a desinfectante. Todo
nuevo y lustrado
y dispuesto a comenzar.
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