viernes, 15 de junio de 2018

Algo provisional



Cuando pinté el salón de mi casa decidí cambiar el sofá de lugar. Lo puse justo al otro lado, en la pared de enfrente de donde había estado tantos años. Y resulta que al sentarme allí, descubrí que en realidad esta nueva ubicación era la ideal, que había estado en un lugar equivocado durante trece años.
Aunque era algo provisional.
Contemplaba emocionada mi cambio, antes de limpiar los restos de pintura, antes de volver a colgar las cortinas, de recoger los cubos, de quitar la escalera. Antes de comunicar a mi marido mi decisión, así que aún era algo provisional.
Pero algo me decía también que, aunque no llegaran los cables de la televisión y tuviéramos que cambiar la antena y el aparato del wifi, ese lugar era exactamente el adecuado.

martes, 12 de junio de 2018

Una regla


Cuando siento que se me escurre la sangre entre las piernas con un dolor sordo, hueco y lancinante, como si estuviera expulsando una esencia que lucha por no ser desterrada, aferrándose con uñas y dientes a mis entrañas, cuando ese líquido rojo, brillante, denso, empapa mi cama, mi inodoro, mis bragas, cuando el olor a algo antiguo mancha mis dedos, cuando me doblo y gimo, retorciéndome en una pugna que parece que me acosa desde los siglos de los siglos, que puntualmente llama a mi puerta para desgranarme, en estos momentos, que no son los únicos en que me he visto desleírme en rojo, porque por dos veces se vio interrumpido su flujo por causas naturales y por dos veces se reanudó con más fuerza si cabe, como si hubiera que recuperar los meses perdidos, como si hubiera estado acumulándose en algún recóndito lugar de mi cuerpo, en estos momentos digo, siento, estoy segura de que algo se dejó malinterpretar, algo no llegó a donde debía llegar, un mensaje, la auténtica buenanueva, el sentido verdadero e irrenunciable de esta sangre, porque en estos momentos, doblada, gimiente, a pesar de todo, me siento sagrada y viva, templo donde se esconden secretos, en estos momentos me llega la consciencia de que soy fuerte e invencible.

viernes, 1 de junio de 2018

La manta



Cuando mi madre murió reuní todos sus tapetes de ganchillo para hacerme una manta. No quise ninguna joya ni otro objeto de valor, se los repartieron entre mis hermanos y mis cuñadas. Mis hermanos vendieron la casa, y yo solo quise el ajuar.
Me costó reunir todas las labores de mi madre. Hubo cierta época en que tejió mucho. Algunos tapetes estaban en casa. Encontré otros en cajas polvorientas, en el trastero, o en el armario, bajo las toallas y las sábanas bordadas. Metí sus ganchillos metálicos, algunos ya oxidados, en una bolsita de terciopelo azul.
Recuerdo a mi madre siempre ocupada en algo. Solo en los últimos tiempos permaneció ociosa, un poco desorientada, tal vez recriminándonos en silencio nuestra supervivencia.
Mi madre se pintaba las uñas de color rosa y las cuidaba tanto como cuidaba sus plantas, la plata, a nosotros. Mis uñas nunca pasan de la yema y con frecuencia me las muerdo. Pero recuerdo las manos de mi madre tejiendo, cocinando, peinándonos a las chicas con gruesas trenzas, haciéndonos cosquillas en los pies. Sosteniendo nuestras frentes cuando vomitábamos. Hay una foto en que se pueden ver muy bien sus manos blancas de uñas primorosas. Estamos mi madre, mi padre y yo, aún no habían nacido mis hermanos, sólo estábamos los tres. Mi madre lleva el pelo muy cardado, a la manera de los setenta, y me sujeta por el pecho con sus manos preciosas, el rosa nacarado de las uñas destaca sobre mi peto marrón. Mi padre nos abraza a las dos. Detrás se recortan las montañas, desde donde parece provenir el viento que nos revuelve el pelo.
Lavé a mano y ordené todas las sábanas, la mantelería y las labores de ganchillo. Estas últimas las puse a parte para confeccionar la manta. Tardé mucho en encontrar el encaje perfecto de los trozos. La mayoría eran blancos, de hilo fino, planchados a lo largo de años y años, lo que les había dado una forma plana y brillante como el interior de las conchas. Compré un hilo de seda para coserlos y una aguja nueva. Admití cierta discordancia, y una forma ligeramente irregular. Al fin y al cabo está hecha de retazos sin relación entre sí, no se planificó para quedar cosido, cada trozo fue concebido en su singularidad, cada uno para un fin o simplemente como un entretenimiento. La coloqué sobre mi cama y me tumbé sobre ella, arrugándola, la doblé sobre sí misma para taparme, cerré los ojos y aspiré el olor a jabón que desprendía, cierta aspereza de tela antigua, la sal de mis lágrimas por echarla de menos ya para siempre.