Cuando siento
que se me escurre la sangre entre las piernas con un dolor sordo, hueco y
lancinante, como si estuviera expulsando una esencia que lucha por no ser
desterrada, aferrándose con uñas y dientes a mis entrañas, cuando ese líquido
rojo, brillante, denso, empapa mi cama, mi inodoro, mis bragas, cuando el olor
a algo antiguo mancha mis dedos, cuando me doblo y gimo, retorciéndome en una
pugna que parece que me acosa desde los siglos de los siglos, que puntualmente
llama a mi puerta para desgranarme, en estos momentos, que no son los únicos en
que me he visto desleírme en rojo, porque por dos veces se vio interrumpido su
flujo por causas naturales y por dos veces se reanudó con más fuerza si cabe,
como si hubiera que recuperar los meses perdidos, como si hubiera estado
acumulándose en algún recóndito lugar de mi cuerpo, en estos momentos digo, siento,
estoy segura de que algo se dejó malinterpretar, algo no llegó a donde debía
llegar, un mensaje, la auténtica buenanueva, el sentido verdadero e
irrenunciable de esta sangre, porque en estos momentos, doblada, gimiente, a
pesar de todo, me siento sagrada y viva, templo donde se esconden secretos, en
estos momentos me llega la consciencia de que soy fuerte e invencible.
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