martes, 4 de junio de 2019

CUÁL FUE LA CUESTIÓN


Estoy sola en mi casa y no pienso fregar ni limpiar los cristales, mi patria soy yo, caigo en un nacionalismo vital y desciendo a cámaras que antes no había visitado, sin salir de mi casa donde cuelgan peligrosos cables sin recoger y hay agujeros de humedades en las paredes.  
Pero tengo que pensar.
¿Cuál fue la cuestión? ¿Cuál es? Y lo que más me importa, ¿importa?
No sé qué significa la poesía ni el amor o lo sé demasiado, es decir, sé que son constructos y que cada uno puede meter dentro lo que más a mano tenga, y una vez que está dentro, defender a muerte que eso es precisamente lo más importante: y es esto: 
Las definiciones azarosas, el pelo despeinado y la rebeldía, pero sobre todo mi fe inquebrantable en el caos, pues sólo caos es lo que me rodea, y lo rodeo con mis brazos, amo mi caos, tu caos, el caos, susurro venga a mí el caos con todos sus acompañantes, todos serán bien recibidos en mi casa sin fregar con los cables sueltos, y mientras duermo y despierto y vuelvo a dormir me da miedo que esta certidumbre y esta fe en el caos se me vaya escapando de las manos como un mercurio con el que juego y me intoxica.
Pero entonces leo que no deberíamos angustiarnos y sin embargo tenemos que angustiarnos, por cuanto la no existencia posee su sistema igual que lo existente y sigue vivo lo vivo y lo muerto, el sol y las estrellas muertas del firmamento, así como la tierra desnuda con sus leyes sin dios y también el reino demoniaco con leyes inventadas,
Y a pesar de eso, todo son realidades y miles de mundos, miles y miles, miles y miles, en una única cadena invisible, en la plenitud ilimitada de la existencia,
Y el mundo es creado y sostenido por la fe en él.
Y la terrible complejidad del mundo, inconcebible casi insoportable, es descubrir que el mundo no existe, solo existen todos los pensamientos e hilos sobre él, todas las imaginaciones humanas describiendo el mundo, en las poesías, en las calles por declamadores, en las ruinas reinterpretadas, en los grafitos de Pompeya, en la música de Vivaldi, en las marcas que dibujo con los dedos de los pies en el polvo de mi casa, en los posos de la cafetera sin fregar.

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