No sé si me
gusta Nueva York porque sale en todas mis películas favoritas o las
prefiero porque están ambientadas allí, pero el día que desde
lejos vi por primera vez el brumoso perfil de la mítica isla, mucho
antes de llegar, desojándome en ese autobús atestado de
honeymooners, comprendí que estaba realmente enamorado y que como
los verdaderos enamorados no podía ya discernir. En la zona cero,
como una especie de premonición del futuro de nuestro matrimonio,
Alicia y yo nos hicimos la promesa de regresar cuando los planes de
reconstrucción cuajaran. Uno de los edificios más altos del mundo,
parecía demasiado y así lo fue, tuve que esperar casi diez años.
Me costó mucho convencer a Alicia. Empecé por su marido y fue
bastante incómodo porque en todo momento pensó que se trataba de un
absurdo intento de tirarme a su mujer. ¿Para qué? Lo había hecho
mil veces ya. Me pareció más diplomático presentarle a Claudia, mi
novia de entonces (largas piernas, escote ocho mil). A Claudia le
parecía bien que cumpliera una promesa aunque implicara viajar siete
días a solas con mi primera mujer, Claudia no daba importancia a
esas cosas, era religiosa y entendía las supersticiones. El marido
de Alicia dijo "bueno" en nuestra tercera conversación y
Alicia dijo "vamos a ver si se puede organizar". Salimos un
uno de septiembre de Barajas, T4. No nos acostamos (del todo) pero sí
recorrimos toda la avenida de Broadway en zapatillas de deporte como una peregrinación.
Me reencontré
con el álbum de ese segundo viaje la noche en que Larry trajo una
botella de Vega Sicilia para cenar. Larry es el único amigo
extranjero que conservo. Tuve muchos pero los fui perdiendo como
perdí todos los pelos de mi cabeza, uno a uno y sin darme cuenta.
Larry y yo tenemos en común que hace tiempo que hemos
olvidado esas cosas que antes no podíamos dejar de pensar (me
tendría que extender demasiado aquí, cuando además es obvio y si
no, esperen un poco). Esa noche le enseñé el álbum descubierto y él
aclaró por qué el Vega Sicilia, que nos miraba casi con
personalidad propia, como un comensal más, como si pensara que no
nos atreveríamos a profanarlo (sí lo hicimos, con fruición) venía
muy a cuento. Había recibido una llamada de Estados Unidos, de una
tal Susan F. Dawson, abogada. Parece ser que un tío suyo había
fallecido sin más herederos que él, y ahora Larry era propietario
de un rancho en Oklahoma y de más de un millón de dólares. Ni
siquiera sabría colocar Oklahoma en el mapa, le dije, abrumado.
Larry me miró sin decir nada.
Después de
que Larry regresara a Estados Unidos me sentí terriblemente solo.
Conocí a
Mireia en un viaje a Egipto. Lo contraté por consejo de mi
psicólogo, que me dio la tarjeta de una agencia que organizaba
actividades para singles, supongo que con alguna participación suya,
y decidí que era un buen momento para volver a oriente, aunque fuera
poco oriente. No salió del todo mal. Conocí a potenciales amigos,
nos pasamos con las fotos, sufrimos el calor y el buque, que era
horrible y la comida peor (francamente me quedé corto con los
fortasecs y las precauciones), pero Mireia y yo nos hicimos ojitos
desde el primer día y aunque nada carnal sucedió allí, nos dimos
nuestros teléfonos en la azotea del hotel de El Cairo y los usamos
nada más llegar ella a Barcelona y yo a Pamplona.
Mireia y yo
nos citamos dos veces, en Barcelona. En el primer viaje nos besamos
sobre la postal de la ciudad en la terraza
de mosaico del Park Güell. Durante nuestro segundo encuentro fuimos
a la Sagrada Familia. Hasta dentro de veinte años no está previsto
que finalicen sus obras, figuradas por Gaudí sólo en un diez por
ciento. Vaya decepción. La prudencia me llevó a abstenerme esta vez
de promesas. Por la noche cenamos en el puerto, paseamos agarraditos
de la mano y (por fin) hicimos el amor en su apartamento.
Mireia tiene cinco años más que yo y me está enseñando catalán.
Hemos invitado a Alicia y a Claudia a nuestra boda civil y espero con ilusión que Larry venga desde Oklahoma. Todavía no hemos decidido a dónde ir de viaje de novios. El mundo es tan grande.
Mireia tiene cinco años más que yo y me está enseñando catalán.
Hemos invitado a Alicia y a Claudia a nuestra boda civil y espero con ilusión que Larry venga desde Oklahoma. Todavía no hemos decidido a dónde ir de viaje de novios. El mundo es tan grande.