Me han salido grietas en un
talón. Mi madre me ha dicho que no presto la debida atención a mis pies, que
debería darme crema cada noche, masajear las durezas, ablandar la piel.
Mi madre tiene razón. Me he comprado
una crema hidratante específica. Huele muy bien, me gusta masajearme con ella.
Durante dos noches he masajeado mis pies.
Me gustaría saber por qué
soy tan inconstante con estas cuestiones que resultan tan necesarias.
Debería buscar un tiempo al
día para hidratar mi piel, la de los pies y la del resto de mi cuerpo. También
tener un momento a la noche, antes de acostarme, para darme una buena crema
facial nocturna. Y aplicarme unas toallitas que me recomendó mi hermana.
Tendría que encontrar más
tiempo para cuidar mi cuerpo, ya que parece que se agotaron los réditos de la
juventud. Necesitaría masajearme, hidratarme, hacer más deporte.
¿Y qué hay del resto?
Debiera buscar tiempo para
cuidar mis amistades, como lo busco para cuidar mis plantas. Las hortensias que
planté hace poco a las que dedico amorosas palabras y humedezco en el desayuno
para que no se acongojen en mi balcón tal vez demasiado soleado.
Debería jugar más con mi
hija.
Tiempo para ordenar los
cuadernos donde voy anotando historias. Tambíen tendría que apuntar más
ordenadamente esas frases que me han gustado tanto de los libros que he leído,
para que no se olviden para siempre, enterradas entre cientos, miles de otras
frases superpuestas, siempre un libro más, una historia más.
Quisiera tener una relación
más benevolente con el tiempo.
Quisiera guardar los
momentos de este verano. No las grietas, no mi negligencia.
Ya que estoy, voy a guardar
aquí dos.
1.- Estoy flotando en las
aguas de un lago italiano, un lago de aguas misteriosamente cálidas y dulces,
con la cabeza semihundida en ellas, el sonido del mundo queda distorsionado,
alejado, aumentando la altura de las montañas y el sonido gutural de mi
corazón. Unas aguas verdes de las que no adivino el fondo pero no importa, no
dan miedo sino placer, hundo los brazos y las piernas observando las figuras de
mi marido y mi hija, muy lejos, allí afuera, al sol de la media tarde.
2.- Se para el tiempo mientras me tumbo
cuidadosamente sobre la tierra, en un claro del bosque, sin nada que se interponga
entre mi cuerpo y el suelo irregular. Observo el cielo y el sol que juega tras
las ramas de un árbol a ser ahora un flujo de oro, ahora no, sintiendo que
pequeñas criaturas van trepando por mis brazos y se enredan en mi pelo,
quedándome muy quieta tratando de comprender un idioma que no hablo, o tal vez
he olvidado. Sólo transcurre un minuto o dos.
Desidia para unas cosas muy
necesarias.
Pero yo deseando ser morosa
con esas otras no tan necesarias pero para mí como respirar. Mis joyas que escondo en un cofre en la
mesilla, cofre imaginario de momentos, diamantes que dejaré a Aitana en
herencia, no las escribiré, las guardaré aquí.
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