jueves, 14 de abril de 2016

Descanso



Helena removía el café sin parar y tenía un tic, un pestañeo insistente cuando abordaba el meollo de la cuestión. Me hablaba de muchas cosas, íntimas, mientras sentadas al fondo del bar nos tomábamos un descanso. No me creía ni la mitad de las anécdotas que hilaba una tras otra. La mayoría con un matiz violento de alguna u otra manera. Por ejemplo, tenía un vecino que la acosaba. Llamaba a su puerta pidiéndole un huevo o un limón y se hacía el encontradizo en el rellano.

- Puede que sea una coincidencia. – le decía yo.

Tampoco la conocía para tanto. De vuelta en la oficina nunca me hacía demasiado caso. Yo intentaba escabullirme a la hora del descanso, pero me agarraba del brazo con confianza. Necesitaba que me hiciera un favor y no me convenía llevarle la contraria.

Un día me contó que le habían atracado. Parecía que fuese a llorar cuando relataba el episodio. Su rostro se embellecía al temblar y yo la envidié, también por su capacidad para inventarse una vida interesante. No sé por qué no me creía que en realidad sí la tuviera.

Después nos quedamos un momento sin conversación. Alargó una mano y la puso sobre la mía. Me sentí extrañamente incómoda pero por una vez su cercanía me pareció auténtica. Entonces dijo que estaba agobiada porque hacía mucho tiempo que no tenía pareja.

- Y ya sabes cómo se pone una cuando pasa mucho tiempo sola.

No sé, no estoy sola, hubiera querido decir. Pero no era verdad y a mí no me salían las historias tan bien como a Helena.

- Pero me gusta alguien. – me dijo.

¿Quién podía gustarle? En realidad no sabía nada de ella. De pronto me sentí culpable, como si fuera por una falta mía que no nos hubiésemos hecho amigas. Así que le conté que en los baños de ese bar, hace mucho tiempo, me besó una mujer. Entonces era un bar de copas, la barra era más ancha, la zona de paso mucho más estrecha, había luces estridentes y no servían café. Esa mujer era mi amiga. Esperábamos en la fila a que el baño se desocupara, puede que pintándonos los labios, y entonces se acercó a mí y me dio un beso en la boca. Podía haber sido simplemente un beso, pero yo entreabrí los labios y pasó a ser algo más cálido y excitante. Perdí la noción del tiempo durante ese beso. No hubo más, ni esa noche ni nunca después. Tampoco volvimos a hablar de ello. Nuestras vidas cambiaron, perdimos el contacto. ¿Había conocido este bar?. Helena estaba absorta. No sé si me escuchaba.

- A veces pienso en ella. 

No sé por qué se lo conté. No era algo reciente, ni tampoco estaba segura de que hubiera sucedido así. Helena removió lo que quedaba de su café, que estaría ya frío, y pareció dudar si bebérselo o no. 

-¿Vamos? – dijo.

Me sentí un poco ridícula mientras me ponía el abrigo y veía cómo se me adelantaba, su larga melena rizada, sus movimientos femeninos y seguros.

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