Debería
haberlo sabido. Aún no ha amanecido y ya he tomado la salida hacia
Pamplona. Hace tiempo que no tengo que fijarme especialmente. Es
otoño y todavía es de noche. Cuando llegue, Jaime ya habrá abierto
la verja y por eso no me tomaré un café en el bar de al lado de la
tienda, como me gustaría. Debería haberlo sabido cuando Rosa me lo dijo, esto no va a
ningún sitio, pero resulta que yo sí que iba a algún lugar,
precisamente entré en él como un ratón en un laberinto, bajo la
atenta mirada de un científico que era un viejo del pueblo con el
que ahora me cruzo todos los días cuando regreso, a las ocho
pasadas. Suelo acordarme en esta época, cuando me tomo el café a
oscuras y las baldosas me dicen que ya hay que poner la
calefacción, de esa tarde de domingo, sería también principios de
octubre, cuando por primera vez vi la casa. Me trajo Tomás, un
abrazo sobrino, su chaqueta gris olía a humedad, y pensé que era
muy pronto para eso, abrió la puerta con su llave y cuando entramos sentí la
casa estremecerse como una virgen. Aún cuelga la foto de los niños
en el espejo de la cómoda, fue lo primero que hice, eso y salir
pitando de esos cuartos oscuros. Me despedí de Tomás y busqué una
improbable cabina. Había llovido la noche anterior y el aire parecía
lleno de promesas doradas como las hojas en los charcos, fresco,
azulado. El viejo seguía ahí, sentado, y me habló. Qué, eres el
nieto de la Ángela. Sí. Y qué hay. Voy a vivir aquí una temporada. Qué le iba a contar. Sobre su cabeza colgaban sus ropas
secándose, en un balcón, un pantalón recio, calzoncillos, ropa de
hombre, ropa práctica de campo. Me hizo una venia con la boina y me
vi autorizado a seguir el camino a ninguna parte. Rosa hablando:
estoy harta de vientos acomodaticios. Rosa destruyendo el hogar, Rosa
como una diosa aniquiladora, engulléndose a mis hijos. Y yo sin
darme cuenta. Ahora voy entendiendo, algunas señales, ahora
interpreto como lo hice esa primera tarde, paseando sin prisa por
volver a la casa que ahora es mi casa. El pueblo estaba vacío,
llegué hasta la salida que he tomado hace un rato, y volví. Me
senté con el viejo. Acabé contándole todo. Bueno, bueno, chico.
Calma. Aquí estarás bien. Posó unos dedos extraños en mi pantalón
vaquero. Estaban calientes. Me siento con él muchas tardes. Me
cuenta cosas del campo, de su vida, como si fuera una película. Yo
procuro no contarle demasiados detalles aunque supongo que se los
imagina a su manera. Deberías dejar de pensar tanto, eso me suele
decir. Dejar de pensar. Estoy entrando en la ciudad. Ahora me parece
mucho más grande, más llena, a veces me agobia. Esta tarde he
quedado con Rosa, para hablar de los chicos. Se enfadará cuando le
pida otra vez que volvamos. El aire está fresco, es denso, húmedo.
Lleno de algo indeterminado.
Muy fino.
ResponderEliminarBravo.