¿Somos eso que somos cuando nos arrojan una
piedra y nos duele?
Hemos
leído juntos dos cuentos. Uno es Una
mujer que envejece, de Coetzee. A él le resulta un cuento obvio. Y también
demasiado duro. No le gusta leerlo, aunque por otro lado reconoce que está bien
escrito.
El segundo
cuento es Cómo contar una auténtica
historia de guerra, de Tim O´Brien. Al ser más poético, él cree que es
mejor cuento. Y que, aunque también sea duro, puede aguantar mejor su dureza. O
que su dureza no parece tanta al tratarse de una historia llena de lirismo,
llena de belleza.
Yo no sé
si estoy de acuerdo con él. Ambos cuentos me parecen bastante similares.
El cuento
de Coetzee es más sencillo. Aparentemente obvio, eso se lo puedo conceder. Una
mujer envejece. Sus hijos se preocupan por ella y le sugieren que vaya a vivir
con alguno de ellos, o como segunda opción, a una residencia cerca de donde
viven. Cada uno de los tres vive en un país diferente, en un continente
distinto. La madre se resiste. Está en ese punto intermedio en el que sus hijos
son todavía sus hijos, y puede ejercer cierta ascendencia sobre ellos, y ese
otro en el que ella deberá ceder (¿deberá?) y convertirse en una especie de
hija de sus hijos. No es una decisión fácil para ninguno de los tres. Van a
comer a un restaurante en la playa, cerca de Niza, que es donde vive la hija, y
el final queda abierto a cierta esperanza que en el fondo sabemos que no se va
a realizar.
En el
cuento de la historia de la guerra un soldado muere en Vietnam cuando estalla
una granada trampa en un rincón bucólico de la selva, y otro, que sobrevive,
escribe una carta a la novia del muerto, y un tercer soldado es el que nos
cuenta toda la historia. Nos dice que cuando cuentas una historia desde la
verdad se hace más difícil creerla, que es más fácil cuando te la inventas. Que
incluso es más auténtica. Así que al final te quedas con la duda de si
realmente el soldado Lemon murió iluminado por el sol y el fuego bajo las
palmeras o es solo una forma de contar la historia para que entendamos.
Yo
entiendo que estos dos cuentos hablan de lo mismo. Cuentan la vida cuando la muerte
no es una mera hipótesis. Y también hablan de lo duro que es enfrentarte a
ciertos asuntos, aunque esos asuntos sean en el fondo lo único que uno puede
vivir de verdad. Me hacen plantearme algunas preguntas. ¿Y si somos únicamente
lo que queda, si somos el resto, lo
que restamos de lo que sobra? ¿Si somos la parte en blanco de la página, la que
no está escrita, la que no se ha contado y no se va a contar?
Es
posible que seamos solo el miedo de estar vivos y la certeza de que estaremos
muertos. Y lo que hacemos para superar todo esto.
Hablamos mucho rato sobre
estos dos cuentos, sin ponernos de acuerdo en cuál era mejor, cuál resolvía
mejor la cuestión que teníamos entre manos. Y también sobre cuál era en
realidad esa cuestión.